Podríamos considerar el urbanismo como la disciplina que tiene como objetivo el estudio de las ciudades, cuya responsabilidad es ordenar y gestionar los sistemas urbanos. Paralela a esta definición rígida y estática del urbanismo ha surgido en la historia reciente otra forma de redefinirlo, como la disciplina nada disciplinada de hacer de las ciudades, de las calles y espacios públicos una forma de expresión, de comunicación con el mundo. Se trata de tomar como herramientas la sociología, la arquitectura, las formas urbanas, etc, para crear un urbanismo dinámico que consiga gestionar la producción y distribución de la cultura por medio de cada edificio, escultura, calle o recodo de la ciudad. Es notable el cambio que se produce en las ciudades desde finales de los años sesenta, mediante un sabio proceso de rectificación de los excesos del urbanismo funcionalista poco atento a la cualificación y el potencial cultural de la ciudad. El objetivo, crear una ciudad viva que sea un instrumento funcional y cultural a la par.
Y en este nuevo marco del urbanismo toma un papel fundamental el Arte Urbano, como forma de expresión, como reclamo político y cultural. La ciudad se convierte en escaparate y máximo exponente de la libertad de expresión. En los últimos años se ha producido un incremento notable en la proyección mediática y social de ese tipo de arte, pero no es un fenómeno que acabe de surgir, lleva décadas implantándose en las ciudades de todo el mundo, colándose en sus calles.
El arte urbano surge como forma de reivindicación política anárquica en cuanto que no esta regulado institucionalmente y cuyo signo diferenciador es la autoría de la juventud.
El arte urbano es un cajón desastre que reúne corrientes de actuación muy diferentes en origen, forma e intención. Su versión más conocida es la técnica del graffiti, considerada como una forma marginal de cultura pero no por ello inferior en cuanto a sus capacidades expresivas. Es la representación más primaria y reivindicativa del arte urbano, basada en tomar las paredes de la ciudad como un papel en blanco al alcance de quién tenga algo que exponer al mundo. Ha sido la técnica más utilizada durante años para expresar la disconformidad con la falta de expresión o los derechos sesgados.
En las calles coexisten todas las ramas del arte urbano, desde el graffiti a las representaciones más críticas y reivindicativas de la sociedad pasando por aquellas obras que se concentran precisamente en el arte. Obras cuyo único objetivo es la pura recreación visual, una forma de convertir las calles de la ciudad en un museo gratuito e independiente.
Pero lo más interesante quizá es que todas estas corrientes tienen un punto en común que es la verdadera esencia de este arte, la total libertad del autor. Son obras autónomas, independientes realizadas en espacios públicos con el único permiso e iniciativa del autor, es él quién decide el mensaje, la forma, el público y el lugar. No hay un organismo que regule qué tipo de arte es el que corre por las calles de la ciudad, no hay reglas que prohíban mensajes incómodos ni críticas a la sociedad y esto es lo que ha hecho que el arte urbano se constituya en los últimos años como una herramienta política que fue cobrando desde su surgimiento cada vez más fuerza. Pero es obligado mirar las dos caras de la moneda: como ventaja surge la imponente libertad de expresión, la libertad de reclamar un espacio que es público como propio; el inconveniente radica en que, precisamente por la ausencia de una autoridad reguladora, el arte urbano ha sido perseguido y sus impulsores multados y tratados como delincuentes. Y es que no es oro todo lo que reluce, en ocasiones los individuos abusan de la libertan de expresarse donde y como quieran destruyendo en ocasiones fachadas, esculturas y monumentos que forman parte de la cuidad como conjunto artístico. Durante décadas se ha hablado del arte urbano peyorativamente como el arte de la calle, como un elemento destructor de la ciudad.
Pero esto ha cambiado. En los últimos años ha empezado a reconocerse el arte urbano como un verdadero tipo de arte, como una forma de expresión. Hoy por hoy muchas ciudades y empresas del mundo entero confían en graffiteros y artistas urbanos para decorar locales, edificios o participar en campañas de publicidad. No es extraño que surja la correspondiente duda de si se reconoce el arte urbano como arte o sólo se reconoce su potencial como herramienta política. El arte urbano se ha consolidado como una realidad de cada ciudad y cada rincón del mundo, una realidad incómoda para instituciones y empresas, y cada vez más difícil de erradicar. En algunos casos se considera una mejor opción la alianza e inversión en un producto aunque no se crea en él que el gasto generado al intentar eliminarlo.
Precisamente gracias a esta mediatización el arte urbano está perdiendo una de sus mayores ventajas, la libertad de contenidos. Está convirtiéndose progresivamente en nueva estética publicitaria en la que el artista sólo tiene libertad de expresión en cuanto a la forma pero tiene estipulado el mensaje que debe transmitir.
Así el arte urbano pasa de ser una práctica alegal, de reivindicación cultural, política e ideológica a interesar como práctica reglada e institucionalizada.
Instrumento de comunicación política, el arte urbano ha pasado de presentar una oposición al poder establecido constituyéndose como una subcultura o contracultura a dejarse influirse por las transformaciones sociales y los cambios en los modelos de referencia y los sistemas cognitivos, perdiendo así ese carácter de independencia y perdiendo por lo tanto su esencia, la existencia de un motivo por el que reivindicar.
Aún así, siguiendo la génesis que identifica al arte urbano, cada año se crean proyectos que hacen de él "una herramienta comunicación alternativa y de contracultura, manifestaciones surgidas en escenarios de resistencia cultural, las cuales proponen desde lo comunicativo y lo artístico, múltiples formas de expresión alternativas a la preponderante manera de comunicar y hacer cultura en las sociedades de hoy, en donde el arte y la cultura se convierten en mercancías y medios de reproducción de modelos y conductas que refuerzan la desigualdad e inequidad. Por ello dichas manifestaciones son una respuesta que intenta impulsar otras formas de transmitir conocimiento e información de manera diferente a como lo hacen los medios masivos de comunicación (Televisión, Radio, Teléfonos, computadoras y juegos de video), ya que los mensajes son diferentes en cuanto a su contenido y su forma (mensajes con un sentido político, puestos en la calle para que sean vistos, sin ninguna intermediación del mercado y con un criterio estético particular).
Las lecturas de aquellas manifestaciones, plantean que la cultura en las actuales sociedades capitalistas tiene una doble función, por un lado, es instrumento de difusión masiva de valores que afianzan las desigualdades entre las gentes y los pueblos; y por el otro se convierte en simple mercancía susceptible intercambiada como cualquier articulo lo cual implica que esté sujeta a estar manejada por relaciones económicas, perdiendo su autonomía y con ello su capacidad creadora. Frente a ello surgen propuestas en “contra” de aquella especulación de la cultura, las cuales hacen critica a ello desde diferentes formas de comunicar y expresar la deshumanización que produce la cada vez más creciente economización de todas las esferas de la vida humana, producto del sistema actual".
Ejemplos de arte urbano como comunicación política:
Más que como una pura expresión artística, el arte urbano ha sido en determinadas épocas y países una verdadera arma de lucha política. Desde el muro de Berlín espacio de disgregación y de reivindicación hasta las calles de Belfast, convertidas en superficies ilimitadas para la expresión, el arte urbano ha servido de instrumento de lucha contra la opresión y de confrontación pacífica. Las pintadas o graffitis son una identidad, una marca, un sello, pero también son una expresión casi siempre reaccionaria que enfrenta lo que está establecido; como en España, durante el Franquismo y la Transición, cuando los murales encendían la vida social y política con mensajes que no tenían cabida en otros ámbitos.
Centramos la atención, sin embargo, en Irlanda del Norte. Asolada por unos conflictos fratricidas que han tenido a la provincia en una constante guerra civil durante más de 70 años, los murales de los edificios, las pintadas, delimitan zonas, marcan fronteras invisibles que construyen representaciones aceptadas por todos. Verde, blanco y naranja: católico y republicano; azul, blanco y rojo: protestante y unionista.
Las farolas, las aceras y las casas se adornan de unos símbolos con una carga política e ideológica mayor que las propias palabras y los artistas trabajaban con esmero los murales conscientes de que el más atractivo sería el más visitado y, por ende, el que a un mayor número de personas transmitiría el mensaje. Porque cuando hablamos de arte urbano como forma de comunicación política nunca nos referimos a expresiones carentes de sentido y de significaciones.
me gustaría saber que bibliografía usaste
ResponderEliminarHola! Que bibliografía se uso para este tramo de los artículos en el blog? Es desarrollo propio? Desde ya, gracias. Es para mi tesina de graduación. Saludos.
ResponderEliminarHehehehehe
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